Por Sir Ronald Sanders
La pobreza es la herida supurante en el corazón de las tensiones sociales, económicas y políticas del mundo. En las Américas, es una realidad innegable que no solo divide, sino que desestabiliza a naciones enteras. A pesar de los avances en la lucha contra la pobreza, los ricos continúan haciéndose más ricos, mientras que el abismo entre los acomodados y los empobrecidos sigue siendo peligrosamente amplio. Esta división, tanto dentro como entre las naciones, se ve exacerbada por las crisis compuestas del cambio climático, el acceso insuficiente a financiamiento concesional y los términos de intercambio desfavorables, particularmente para las naciones en desarrollo. La sombría verdad es que, sin una acción decisiva, el mundo se volverá cada vez más inseguro, más caótico y menos propicio para la paz.
El reciente “Manifiesto Contra la Pobreza”, presentado al Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos (OEA) por el Embajador de Colombia, el secretario general Luis Almagro y yo, como Embajador de Antigua y Barbuda, es un llamado urgente a abordar este problema de frente. Este manifiesto subraya una verdad fundamental: la pobreza no es solo un problema interno, sino una crisis global que alimenta la desigualdad frena el desarrollo e incita al conflicto. Es la causa raíz de muchos de los desafíos que enfrenta nuestro mundo hoy, desde la migración masiva hasta el aumento de las tasas de criminalidad. Como tal, la lucha contra la pobreza debe convertirse en una prioridad central para las naciones, especialmente para aquellas en las Américas, la región más desigual del planeta.
Las estadísticas son alarmantes. Según el Banco Mundial, la pobreza en América Latina y el Caribe aumentó del 28,3 por ciento en 2019 al 30,3 por ciento en 2021, un aumento impulsado por la pandemia de COVID-19, la inflación y la disrupción económica global causada por la guerra de Rusia contra Ucrania. El impacto de la pobreza es particularmente severo en los más vulnerables: niños, comunidades indígenas, personas de ascendencia africana y mujeres. En muchos casos, las familias deben elegir entre alimentar a sus hijos o comprar medicamentos esenciales, una trágica ilustración de las dificultades diarias que enfrentan millones.
La pobreza no es solo una estadística; es una fuerza poderosa que socava la paz y la seguridad. Lleva a las personas a la desesperación, obligándolas a emprender peligrosos viajes en busca de mejores vidas, como hemos visto con aquellos que atraviesan el traicionero Tapón del Darién, para sufrir como refugiados desesperados en la frontera sur de Estados Unidos. Alimenta el crimen, la violencia y la inestabilidad, creando un terreno fértil para el crimen organizado y el tráfico de drogas, incluyendo entre las pandillas de jóvenes. Los efectos de la pobreza no respetan fronteras; se extienden a los países vecinos y desestabilizan regiones enteras. Por lo tanto, la lucha contra la pobreza debe ser inclusiva y comprehensiva, involucrando a todos los sectores de la sociedad y requiriendo una respuesta internacional coordinada.
El llamado del manifiesto a que la OEA adopte una postura unificada contra la pobreza no solo es oportuno, sino esencial. Es una oportunidad significativa para que la OEA demuestre liderazgo y tenga un impacto significativo en las vidas de millones. La adopción de este manifiesto sería un logro histórico, señalando el compromiso de la organización con la lucha contra las causas raíz de la desigualdad y el subdesarrollo. Al establecer un Grupo de Trabajo sobre la Pobreza, la OEA puede movilizar los esfuerzos colectivos de los órganos del Sistema Interamericano, incluyendo el Banco Interamericano de Desarrollo, la Organización Panamericana de la Salud y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, para desarrollar e implementar estrategias que aborden la naturaleza multifacética de la pobreza.
En la reunión del Consejo Permanente, fue alentador ver que la mayoría de los países estaban atentos a la gravedad del problema y reconocieron la necesidad urgente de acción. Sin embargo, fue preocupante que los representantes de algunos países, a pesar de la prevalencia de la pobreza dentro de sus propias fronteras y de estar sujetos a las disparidades globales, se enredaron en cuestionar el costo relativamente pequeño de establecer un Grupo de Trabajo. Este grupo colaboraría con otros órganos del sistema interamericano para avanzar en la causa de la reducción de la pobreza según lo expuesto en el manifiesto. Su vacilación subraya una posición preocupante que, si no se aborda, podría socavar el objetivo más amplio y crítico de fomentar el desarrollo y la estabilidad a largo plazo en toda la región.
Este manifiesto no se trata solo de aliviar la pobreza; se trata de transformar las estructuras que la perpetúan. El manifiesto destaca la necesidad de instituciones inclusivas que empoderen a los pobres y les proporcionen las herramientas necesarias para escapar del círculo vicioso de la pobreza. Llama a una canasta universal de servicios que garantice el acceso a la vivienda, la educación, la atención médica y la protección social para todos. Este enfoque reconoce que la pobreza no es simplemente una falta de ingresos, sino un problema multidimensional que requiere una respuesta comprensiva y dirigida.
La responsabilidad de erradicar la pobreza no recae solo en las naciones individuales, sino en la comunidad internacional. La OEA, como la organización regional más importante e inclusiva, tiene la obligación moral y legal de liderar esta lucha. La Carta de la OEA establece explícitamente que el propósito de la organización es “erradicar la extrema pobreza, que constituye un obstáculo para el pleno desarrollo democrático de los pueblos del hemisferio”. Esta misión es más crítica ahora que nunca.
Los países del Caribe y Centroamérica, siendo de los más desfavorecidos en las Américas, deberían estar a la vanguardia de la promoción de este manifiesto. Estas naciones deberían comprender plenamente el impacto devastador de la pobreza en sus pueblos y sus sociedades. Su liderazgo en esta iniciativa no solo beneficiaría a sus ciudadanos, sino que también serviría como un poderoso ejemplo para el resto de la región y del mundo.
La adopción del “Manifiesto Contra la Pobreza” por parte de la OEA representa un momento crucial. Es una oportunidad para que la organización afirme su papel como una fuerza para el bien, liderando la lucha global contra la pobreza. La OEA debe aprovechar esta oportunidad para cumplir con sus obligaciones según su carta y demostrar que está comprometida no solo con la defensa de la democracia y los derechos humanos, sino también con el avance del desarrollo y la erradicación de la pobreza. El momento de actuar es ahora, por el bien de nuestra región, nuestro mundo y las generaciones futuras.
La OEA, a través de su Consejo Permanente en colaboración con su Secretaría Ejecutiva para el Desarrollo Integral, todavía tiene la oportunidad de actuar en los próximos días y, al hacerlo, demostrar que la Organización es relevante para los pueblos de las Américas.